Al comienzo de este año, Ángela Acosta estaba dirigiendo la unidad de supermercados de Rappi, una startup que comenzó con envíos a domicilio y se convirtió en el primer unicornio de Colombia. Tres meses más tarde Acosta se convirtió en la CEO de Morado, un negocio de cosméticos en el que trabajó por seis meses mientras estaba en Rappi, con el permiso del CEO. Desde su lanzamiento en marzo, el mismo mes en el que dejó Rappi, su equipo juntó $5 millones de dólares, una suma bastante mayor que la que reciben muchas startups colombianas en etapa similar.
Morado es una de las más de 110 startups creadas por exempleados y ejecutivos de Rappi. El emprendimiento de Acosta, como casi la mitad de estas startups, recibió una inversión de sus antiguos jefes y colegas, uniéndose así a la “mafia” de Rappi.
Rest of World habló con 13 exempleados emprendedores de Rappi, además de varios inversores y analistas, quienes dicen que la compañía aprovecha su enorme tamaño e influencia para impulsar a sus alumnos como fundadores, inyectando no solo dinero sino confianza, atributo escaso en el ámbito empresarial colombiano. El inversor local colombiano Sergio Zuñiga Bohorquez dijo que si él fuera a invertir en una compañía de la mafia Rappi, el hecho de que los fundadores tuvieran experiencia en el unicornio sería “una bandera verde, sin duda”.
Las llamadas mafias de startups como la de Rappi no son nuevas. El término lo acuñó en 2007 la revista Fortune, que la usó para describir a un grupo de más de 200 exempleados de PayPal que fundaron sus propias compañías. Ahora, información del fondo de capital de riesgo Marathon Ventures muestra que la mafia de Rappi ha creado más compañías en menos tiempo que cualquier otro unicornio latinoamericano, incluyendo a Nubank y Gympass de Brasil, e incluso a compañías estadounidenses como SpaceX y Netflix. Fundada en 2015, Rappi construyó su mafia en menos de siete años, menos de la mitad del tiempo que le llevó a PayPal armar una red similar.
Sin la competencia que enfrentan los unicornios de Brasil y Argentina, los analistas dicen que la mafia de Rappi se adueñó en gran parte del circuito local de tecnología, creando una rosca que podría dificultarles el acceso a fondos, talento y mentoría a las startups que no son parte del club. El capital y el mercado limitados de Colombia, que es pequeño en comparación con Brasil o México, significa que Rappi funciona como un “pez grande en un lago chico”, según Erick Behar-Villegas, un profesor de economía especializado en Latinoamérica en la Universidad Internacional de Berlín.
“Competir contra alguien que tiene todos los contactos es muy complejo”, dijo.

Algunas personas que trabajaron en la startup en sus inicios cuentan que fue una experiencia intensa —un egresado de Rappi recuerda dormir en una sala de conferencias junto al CEO— lo cual creó conexiones profundas entre los colegas y jefes. Otro exempleado, Yerson Cacua, exvicepresidente de ingeniería de software de Rappi, dice que los colegas y jefes se mentoreaban mutuamente incluso después de dejar Rappi.
Estas experiencias contrastan con la de un analista de datos actual de Rappi, que pidió mantenerse en el anonimato por temor a perder su empleo. Él dijo a Rest of World que la intensidad y la naturaleza demandante del ambiente de trabajo de Rappi no permite que los empleados actuales no-ejecutivos tengan tiempo para siquiera pensar en emprender sus propios proyectos.
Simón Borrero, Sebastián Mejía y Felipe Villamarín, fundadores de Rappi, rechazaron múltiples solicitudes de entrevista por parte de Rest of World. Un vocero de Rappi que pidió no ser identificado por su nombre dijo en una declaración escrita: “Creemos que nuestra cultura incentiva e inspira una mentalidad emprendedora”.
A pesar de sus más de 3,500 empleados de tiempo completo, la compañía aún es liderada por un grupo de amigos que se conocieron estudiando en la universidad y el espíritu de pueblo chico se mantiene a lo ancho de su red interpersonal de amigos de confianza y familiares.
Las relaciones empresariales cercanas son especialmente cruciales en Colombia, donde según el World Value Survey más del 95% de las personas cree que debe ser precavido al confiar en otra gente. Por ejemplo, las compañías de la mafia de Rappi comparten dentro de sus círculos el acceso al talento “que es el recurso más escaso”, según Enrique Villamarín, cofundador del desarrollador de cadenas logísticas impulsado Tul impulsado por la mafia de Rappi, y hermano del cofundador de Rappi Felipe Villamarín.
Si hay despidos, los alumni de Rappi le ofrecen talentos de alto nivel a otros miembros de la mafia en un grupo de WhatsApp que —a pesar de las protestas por el uso público del término “mafia”— se llama “La mafia de Rappi”, seguido por tres emojis de cohetes.
Muchos exempleados de Rappi devenidos emprendedores recibieron inversiones de otros fundadores de la red. Villamarín dice que invirtió entre $50,000 y $100,000 dólares en varias compañías de la mafia Rappi. Recientemente, miembros de la mafia invirtieron aproximadamente $250,000 dólares en Morado, de Acosta, lo que constituyó el 5% de su primera ronda de inversión.
“Nunca dejas realmente a Rappi”.
“Lo llamamos la ronda de fundadores”, dijo Daniel Bilbao, cofundador y CEO de la startup Truora, de prevención contra fraudes. Su empresa recibió inversiones de los fundadores de Rappi, entre ellos su hermano gemelo, Andrés. Al crear un grupo en el que invierten y se respaldan mutuamente los fundadores resulta en un “ecosistema más saludable”, dijo.
Pero más allá del ecosistema saludable, los tratos de la “ronda de fundadores” pueden ser muy lucrativos. Por ejemplo, Bilbao dijo que les dio a los inversores de Rappi precios de descuento cuando invirtieron en Truora. Zúñiga, el ángel inversor, observa que esto es una tendencia y dice que en el caso de Rappi “la mayoría de los inversores iniciales son ángeles locales que entran en la ronda a muy buen precio”.
Andrés Gutiérrez, cofundador y CEO de Tpaga, un proveedor de pagos colombiano que no es parte de la mafia de Rappi, cree que la red de la mafia aún no ha afectado el acceso de otras startups a las invesiones, pero teme que podría afectarles cuando los fondos se agoten. “Si fuéramos a competir con las startups de la mafia de Rappi, ellas podrían tener una ventaja”, dijo.
A medida que un escenario de bajas inversiones se vuelve más probable, Francisco Noguera, presidente de Innpulsa, la agencia gubernamental colombiana por la innovación, considera que su agencia debería hacer que los círculos de inversión sean “más accesibles”. Rappi conduce un programa para facilitar la entrada al ecosistema e Innpulsa está explorando maneras de respaldarlo.
Noguera cree que la tarea ahora es alimentar otras historias de éxito como la de Rappi, pero los lazos que los alumnos formaron en los primeros años de la compañía parecen ser muy difíciles de replicar. A pesar de que Acosta está concentrada en hacer crecer su propio emprendimiento, Morado, ella aún es leal a su nave nodriza. “Nunca dejas realmente a Rappi”, dijo.